EL CARMEN 13:7. CAPRICHOS Y DISPARATES, POR CRUDO PIMENTO.

EL CARMEN 13:7. CAPRICHOS Y DISPARATES, POR CRUDO PIMENTO.
Hay dos tipos de personas en el mundo: los que tienen ciertas y altas expectativas sobre «el último trabajo que van a sacar los Crudo Pimento«, y los que no tienen puesta ninguna expectativa en ello por qué intuyen que no intuyen nada de lo que estos genios / mentes efervescentes-en continua ebullición puedan crear para ese «último trabajo que van a sacar», pero tienen la absoluta certeza de que alucinarán con él. Y siempre, sin ninguna duda, los magos carmelitanos, nos pegan el revolcón a ambas clases con las nuevas entregas. Las expectativas de unos son completamente equivocadas y superadas, y los otros flipan como nunca por los derroteros por los que son conducidos.

14 de abril de 2023. Fecha para señalar en las crónicas de la música contemporánea.
Bien, a partir de aquí, todo lo que está escrito son solo «elucubraciones del escribano».
Pues ese día vio la luz «El Carmen 13:7«, el quinto LP de la banda que se sitúa a la cabeza de una especie de rebelión contra la inmensa estulticia humana, en todas sus vertientes, mediante su increíble e inimitable música y obra.
Como los propios autores han comentado en alguna ocasión, con «El Carmen 13:7» han pretendido hacer una especie de homenaje al barrio en el que viven en la capital murciana. Ese homenaje se nos presenta como una serie de escenas, con sus personajes y tramas nada ajenas al barrio, a las que, más que poner banda sonora, lo que han hecho Crudo Pimento es musicalizarlas, o sea, construirlas o dibujarlas con cada composición. Lo gordo es el conjunto, luego hablaremos de esto.
LA MÚSICA
Musicalmente hablamos de un disco más homogéneo que el anterior «Pantame«(2019), si se puede decir tal cosa de un trabajo rico en percusiones, electrónica, melodías y aires beréberes y cuadrilleros, momentos y bases rítmicas muy afros, tanto en su vertiente caribeña como en la más black funky, palos flamencos, punk y nieblas de ruido, guitarras cargadas de distorsión e instrumentos tradicionales de cuerda,… Y eso que era más homogéneo…. Una jodida locura, pero hecha con una naturalidad, encaje y coherencia incontestables. Parece que los sonidos sintetizados hubiesen nacido para interactuar con la gaita serrana y un banjo en modo bereber al unísono…
Cuando digo «más homogéneo» me refiero a que el discurso musical sigue unos especie de patrónes que vertebran y caracterizan a las canciones, provocando una sensación de interrelación entre ellas, y además su naturaleza parece que determine su orden de aparición en esta obra. A ver, quiero decir que «El Carmen 13:7» esta constituido por una serie de escenas o estampas cuyo entorno se dibuja o materializa con la estratosférica música que destilan, y que además, de alguna manera, guardan un orden o relación entre ellas, con al menos, una clara presentación o inicio de «todo» y una «solución o final de todo».
Así, el disco comienza con «Hiru tensu tenrrua«, una pieza cuasi instrumental (se acompaña de unos coros de fondo sin letra) que sirve de puerta de entrada al brutal universo carmelitano, anticipándonos algunos de los conceptos musicales que van a pesar en una buena parte de las composiciones. Una sugestiva y potente percusión que nace de la tierra, y unas melodías de cuerda con aires beréberes que se repiten en bucle hasta que logran diluirte en ellas, te preparan para lo que te vas a poder encontrar en algunas de las canciones de lo que podríamos llamar la primera parte de la obra. Porque desde el punto de vista musical o compositivo, dividiría el disco en tres bloques de canciones.
Para mí está primera parte o primer grupo de «estampas carmelitanas» estaría formado por las primeras 8 canciones, desde la comentada «Hira tensu tenrrua» hasta «Oh Wando Wendo Wendo«. Y aunque los aspectos musicales que acabamos de comentar se van a ver en gran medida en cuatro o cinco canciones de este primer grupo, esa vertiente de melodías repetitivas, cuyo objetivo parece ser el conseguir un estado de ánimo fundido con la música, va a jugar un papel básico en todo el disco.
Entonces, a continuación…. Nos asalta «Paladista Parrandero«, con esa especie de invocación inicial, entre la continuidad de los tambores exótico-tribales y una gaita/flauta serrana, hasta que la canción revienta con la irrupción de un trueno de bajo «bien cargadito», que va a marcar la melodía base. La tendencia ascendente en el tono de la canción, y nunca mejor dicho porque te despega las patas del suelo, se construye en una adición de instrumentación nada convencional sobre el bucle melódico, que colabora a conducir al oyente al estado de ánimo pretendido. Flipante ese soniquete sintetizado añadido parecido a una ¿pita?¿gaita? repuntando sobre el muro sónico de tambores y distorsiones. Hasta que se hace el silencio y la canción retoma una segunda parte final desde el sonido rudimentario de esa flauta, tambores y la marímbula, origen de la canción. Lo que montan aquí es una jodía loca genialidad.
Tras la repetición de la misma estructura inicial de la canción, aparece con total naturalidad una nueva y preciosa línea melódica de cuerda con ese aire bereber del que hablamos. Le da un nuevo cariz a la canción doblando en dos tonos esa línea de cuerda, ¡Uoooohh! La voz de Raúl clamando «Se ha hecho de noche en el desierto, salga corriendo con los perros«, y la suma progresiva de todo el artefacto sonoro de bajo, guitarras distorsionadas y la «synth gaita» en pequeñas variaciones de la melodía original, provocan un maremágnum que consigue encender tus orejas en la primera, y activar áreas del cerebro que no sabías que existían. Es una bestialidad de canción, un auténtico pasote.
Y si hablábamos de esa intención, que sobrevuela todo el disco, de provocar en el oyente un estado estado de ánimo determinado mediante la repetición de las estructuras y líneas melódicas con pequeñas variaciones, esta es llevada al absoluto extremo [vemos su cara más radical] en dos composiciones de este primer bloque. Una de ellas es el brutal corte tercero del disco «Tomorrow is a monster«. Aquí, a la instrumentación de cuerda, parece un banjo, de la que nace una tonadillla otra vez con aires arabescos, se le une una letanía ininteligible que se repite en bucle hasta la saciedad. Las escuetas e impactantes dos frases de la letra irrumpiendo con el grueso de la sección rítmica desatada, consiguen cargar la atmósfera de tensión y desazón a partes iguales. El que canta su mal espanta.
En las dos canciones que suceden a «Tomorrow», los murcianos se siguen aproximando a territorios tántricos, pero desde distintas vertientes. Si en «Ojo de gallina» despliegan toda la furia industrial carmelitana sobre un pulso de ruido aflamencado endiabladamente acelerado, mantiendo el ritmo frenético del inicio del disco con lo que parece una escena de vudú en las cercanías de la estación, en «Yanisero» vuelve a aparecer como protagonista ese banjo del desierto. Y nunca mejor dicho, porque la melodía que maneja toda la canción bebe en igual cantidad del delta del Mississippi y de las orillas ardientes del Níger. La mezcla/fusión de instrumentación y electrónica es alucinante. Y aunque al inicio de «Yanisero«, esa melodía parece que nos va a llevar a un paisaje menos denso, conforme se desarrolla la composición y el contenido de la letra, se descubre que seguimos estando en territorios de negras visiones y obsesiones.
Pero en esta escalada de intensidad en que nos han ido envolviendo Crudo Pimento llegamos [como un «alivio emocional»] al sexto corte del disco, «Ardió tu pelo«. Y el tono que adquiere esa delicia de nana de la distorsión y la saturación serrana es casi festivo, de celebración de un momento mágico que sirve de desahogo ante lo «acontecido» hasta ahora. Vibrante en todo los sentidos.
Después nos entregan una de las canciones que más me impactaron a la primera escucha del disco completo, «Cadáver divertido«. Cosa seria, amigo. Como explicarlo. Una saeta procesional grave, muy grave, fundida con «Kashmir», gravemente, de la que nace un sonido de rebab o de algo que suena igual, con una melodía que termina en estertores (los del violín me sulibeyan), sobre la que emerge, envuelto todo en una bruma de ruido, el vehemente canto de Raúl diciendo cosas cascalianas brutales . «Os regalé monstruosidad, os dí la paz, os traje el sueño«. ¡La puta hostia!
Nos hemos encontrado con las dos últimas canciones que han supuesto una especie de interludio en el rumbo al frenesí mediante la repetición de estructuras musicales, que estaban caracterizando los cortes de este «primer bloque». Pero para cerrarlo han elegido el que tiene una apuesta más radical y animal en ese aspecto. La otra. «Oh Wando Wendo Wendo» es una auténtica salvajada, la mires por donde la mires, tanto como su ingenio. (Licencia del escribano: «Si repites siete veces «Wando Wendo Wendo» sentado alrededor de una mesa del «Tetas» se te aparece el energúmeno»).
Pues, de nuevo algo parecido a una invocación o una llamada, da inicio a una espiral sonora en la que vuelven a tomar protagonismo la melodía de aires magrebíes sometida a un machacante ritmo claramente aflamencado de la batería y percusión electrónica. La repetición hasta el infinito de esta línea rítmica produce un efecto embrutecedor, buscado a conciencia, que se complementa y agudiza con la entrada de una voz tremendamente «asalvajá’ y socarrona, soltando «wandeces» con toda la suficiencia y autoridad que dan tres «solisombras» en el buche, en la barra, a las seis de la mañana, recién levantado. Esta canción es una auténtica genialidad y no podían haber elegido otra para culminar este propuesto «primer bloque» de composiciones. Soberbio.
Lo que nos vamos a encontrar ahora, el «segundo bloque» propuesto, los cortes del nueve al once, supone un cambio total en los aires musicales que coge la banda, aunque el espíritu extásico como uno de los objetivos básicos de esta obra, sigue estando patente en esta tres canciones.
Este «segundo bloque» me dejó completamente loco desde que lo escuché por primera vez hasta hoy día. Tres canciones que rompen con la dirección o los derroteros musicales que iba tomando el disco y que, a su vez, difieren radicalmente entre ellas en su propuesta. Pero aún siendo así, este magistral trío compositivo es, sin ninguna duda, indisoluble, de hecho, casi no existe separación entre ellas en la grabación. Esta secuencia «Garra y Padre» – «Verdiales Carmelitanos» – «Trono» es lo más gordo que he escuchado en una grabación en los últimos años.
Aunque en «Garra y Padre» los murcianos vuelven a retomar ese tono grave y serio, en una línea paralela a «Cadáver«, las atmósferas o entornos sonoros que van creando para cada una de estos tres cortes se encuentran en otro plano musical y emotivo completamente distinto al de los ocho primeros del disco.
«Garra y Padre» es emoción en su forma más cruda. Unas notas sostenidas de sintetizador y un ritmo de batería super líquido, muy funk, más una percusión totalmente afro, que se suma al inicio, van a mantener toda la estructura de esta canción, a la que irán añadiendo con maestría una instrumentación conmovedora para acompañar a Padre en su «metamorfosis». Es turbador escuchar los impactantes versos del tema, acompañados con la «melancólica» melodía de la «synth-gaita» con ese fondo tan negro. Esta canción, personalmente, me remueve hasta los cimientos.
Y sin solución de continuidad, nos encontramos con uno de los sorpresones del disco. Entre dos canciones cargadas de sonidos electrónicos experimentando con conceptos musicales muy actuales o en vanguardia, los Crudo Pimento se atreven a intercalar una composición con la forma más arcaica del flamenco, predecesora o padre del fandango. Se trata de unos «verdiales» malagueños con una copla original. Los «Verdiales Carmelitanos» impregnan el momento de una luz y una «vitalidad» casi inédita en todo el disco. Las distintas líneas de bandurria y laúd, ese maravilloso violín, la fuerza y el empuje con que arremeten con la canción y la genial letra de la copla, provocan una sensación de euforia especial.
Esto es una genialidad absoluta. Porque, aunque la canción que sigue a «Verdiales» vuelve a ir por otros derroteros musicales casi antagónicos, la cosa funciona de la hostia. Es más, para mí, un trio memorable.
De nuevo, casi sin separación, nos aborda la brutal batería de «Trono«, con la que van a cerrar este «segundo bloque» de la manera más alucinante y bestial imaginable.
«Trono» es un alarde de poderío en toda regla. Que en medio de toda esa tralla analógica y electrónica, reviente el verso salvaje con ese cantar, «Poco y nada, voy donde habrá una cuna, mil tabernas para la gente sin cura«, … Eeeso.. Latigazo eléctrico por todo el espinazo. La parte instrumental final es una pura catarsis psicodélica cuando suena esa especie de trombón sideral (yioosss, se me antojó la trompa del «Pictures of Lily«) que se va transformando en una palmera de sintetizados de locura. Incendiando rave que se ponga por delante. Que cosa más bárbara para terminar con este impresionante y magistral «segundo bloque» de canciones, y dar una nueva vuelta de tuerca en las últimas cinco canciones que conforman el «tercer bloque» y último de «El Carmen 13:7«.
En el último bloque del disco nos vamos a encontrar con unas canciones algo más «serenas», con unos tiempos más pausados, aunque la instrumentación siga siendo igual de rica y compleja que en todo lo escuchado anteriormente. Pero no nos llámenos a engaños, porque pronto nos daremos cuenta de que el escenario en el que nos movemos sigue estando cargado con las oscuras obsesiones y distorsiones de la personalidad humana.
Así, en «Carbón será la noche«, la voz tranquila de Inma junto a unas congas a ritmo de guaracha, nos van situar ante la escena de una «idea y consumación funestas». Es ese contrapunto entre la exquisita música y el inquietante relato, uno de los ineludibles atractivos de estos últimos cortes del disco. Es alucinante como esa guaracha original, con la suma de sucesivos arreglos musicales casi orquestales, se convierte en una lisérgica y romántica banda sonora de la visión. A mi me tiene perdío ese juego de pellizcos y toques de cuerdas de guitarra anticipo del final de la canción. Otra negra y brillante joya a sumar al tesoro carmelitano.
El bajo saturado y el delicioso arpegio distorsionados que acompañan «dulcemente» (más o menos…), a los versos de la siguiente canción, «Cantar de locos«, van a ser un espejismo ante el giro de la melodía durante el estribillo. La desafinación o disonancia en los acordes, junto con los freneticos redobles escalados de percusión y la desoladora letra del estribillo, dan lugar a inquietantes y turbadoras sensaciones en el que escucha. Creo que es lo pretendido con este cantar de locos. Es la canción que me deja con más incógnitas, de saber algo más.
Y si ha aparecido ya el concepto «banda sonora» un par de veces anteriormente, esa sería, de nuevo, la forma perfecta de describir «El Carmen«, canción número trece, la más cinematográfica. No puedo dejar de imaginar una de esas secuencias de callejeo asiduas en los trillers policiacos de los setenta ambientados en ciudades como Seattle y San Francisco, pero sustituyendo esas «streets» por las calles del barrio de El Carmen de Murcia.
Al mismo tiempo, esta canción podría «amenizar» una escena digna de «Trainspotting». Letra y música se aúnan para meternos en la carrera por «la golosina nuestra de cada día», a la que el protagonista de la canción es obligado por la urgencia. Los arreglos de la parte instrumental parecen estar hechos para una partitura de música clásica postromántica, de esas de atonalidad libre. Y todo empieza, otra vez, con un sencillo toque de dos tambores. Absolutamente fantástico.
Sin duda, han cambiado los ritmos y los tiempos en las composiciones de esta parte final del disco, pero la lírica y melodías siguen moviéndose por terrenos bastante empantanados. Clara muestra de esta diversidad es el penúltimo corte de lp. Con «Hueso ardiendo«, vuelven a girar buscando otro camino hacia el mismo destino, y nos dejan una pieza puro slowcore, con el tinte psicodélico que impregna este final de disco. Y digo «puro» porque además del claro tempo lento, la letra está impregnada de ese pesimismo, casi depresivo, que caracteriza al género. Es que no se dejan un palo sin remover dentro de la lumbre. Y todo brilla, y todo encaja bien.
Y como no, si toda esta locura genial empezó con percusiones, Crudo Pimento cierran el círculo de «El Carmen 13:7» de la misma forma. Pero esta vez la percusión y la melodía suenan épicas, como un himno confortante, alentador. Entonces nos damos de bruces con «Grande es la ciudad para un pequeño mono que grita«. Es la canción que cierra el disco, y nos hallamos frente a una de las dos o tres canciones en que música y letra, transmiten sensaciones y emociones «esperanzadoras», aunque la propuesta de este último tema tenga una carga de violencia explícita. Aún con esa carga, la sensación al escucharla no deja hueco a negatividad alguna. Esto solo ocurre también con los «Verdiales Carmelitanos» y, de forma diferente, con «Trono‘. Un final colosal y flamígero para esta obra universal.
Si tuviésemos que hablar de referencias, ya vemos que es tarea casi imposible relacionar directamente este disco con algún otro trabajo concreto publicado en los últimos años (diría que hasta décadas). Es cierto que todos conocemos un buen montón de canciones decidacadas a barrios, sobre todo en bandas de rock urbano, punk rock y hip-hop, pero el marco musical y la perspectiva en que se coloca la mirada de estos grupos es muy diferente a lo que nos encontramos en «El Carmen 13:7«, y además, se trata de canciones sueltas. Yo, solo conozco un disco en el que todas sus canciones estan inspiradas en un barrio, el brutal «Santana Bendita«(2020) de El Lobo En Tu Puerta, en el que dedican todo el álbum al barrio chiclanero de Santa Ana, aunque la dialéctica de las mismas, al igual que en Crudo Pimento, transcurre por otros universos e imaginarios, distintos al carácter explícitamente reivindicativo de las letras de aquellas bandas.
Supongo que esos aires de músicas exóticas que inundan todo «El Carmen 13:7» tendrán su razón en las músicas de puedan estar escuchando en determinadas épocas, en su propia casa. Por esta parte seguro que hay un montón de maestros africanos y caribeños que, a mí, se me escapan. Yo solamente puedo dar un listado de algunas cosas que estuve escuchando al mismo tiempo que «El Carmen 13:7″ […por qué este tempo te recuerda a otro de otras canciones, pero no sabes si es un recuerdo construido…]. En fin es inevitable buscar alguna referencia o relación con algo escuchado anteriormente.
Esto es lo que he ido escuchando en momentos mientras estaba enfrascado en «El Carmen 13:7«: Efrén Gómez Gómez, Beck primerizo, The Crystal Method, Sepultura, Codeine, 4 Hero, Panda Baños del Carmen, Panda Estilo Los Montes, Napalm Death, Morente, Radiohead, Sebadoh, El Lobo En Tu Puerta, Dillom, Lalo Schifrin, Kraftwerk… Ahí lo llevas.
Sí que hay una actitud punk impregnada en todo el disco, aunque más que punk , yo diría radicalidad irreverente, pero radicalidad en toda la literalidad de la palabra. Radicalidad porque Crudo Pimento se hunden en las raices de las músicas con más profundo arraigo a los terruños. Y puede que una de las formas de irreverencia o rebelión contra la frenética corriente de «solo vale lo nuevo» o «véndete y ten éxito .»… sea tirar de las formas más arcaicas de los recursos a mano (música, instrumentos o material para grabación, un ejemplo es esa «neblina de ruido» producto del uso de algún micrófono o amplificador en sus últimos estertores) y utilizarlos para romper los modelos impuestos y originar terremotos conceptuales. Y en esto, los de Murcia son maestría pura.
El último trabajo de Crudo Pimento es una cosa bárbara, mágica, brutal, es una jodida obra de arte. Maestra, «El Carmen 13:7» es una obra maestra.
LO GORDO
Pero ahora vamos a ir un poquico más allá, vamos a cegar de lo lindo. Pues vayamos ya a «lo gordo», porque hay mucho que comentar en esta obra y hay que empezar desde el mismo origen, al inicio, la carátula y el título.
LA CARÁTULA

Tema aparte es al artwork que ilustra la carátula del disco. El fémur flamígero de CASCALES. Un hueso ardiendo. Un legado del que no van a quedar ni los putos huesos, reducido a cenizas, y con el viento, a la nada. La madre de todas las DAMNATIO MEMORIAE, una DAMNATIO MEMORIAE contra la humanidad. Cauendioss, ¡grandioso!
EL CARMEN 13:7
«Y le fue dado hacer la guerra contra los santos, y vencerlos. También le fue dada autoridad sobre toda tribu, y pueblo, y lengua y nación.»
Hay que situar la publicación de este trabajo en el adecuado contexto temporal y social, con un barrio murciano de El Carmen tremendamente tensionado entre los vecinos y las autoridades municipales, por diversas causas urbanísticas, y con los problemas que pueden afectar a cualquier barrio de una gran ciudad. Además, por otro lado, la industria musical es una barbarie consumista en la que macrofestivales, supergiras y superstars arrasan con toda muestra de cultura que no se integra en ellos o plega a sus estándares, dejando mínimos espacios físicos y virtuales para el desarrollo de otras formas de expresiones culturales outsiders. Son las variables que pueden influir en los derroteros por los que pueda transcurrir cualquier creación artística nativa.
Hemos visto, al principio, que con este disco, sus autores han pretendido hacer una especie de homenaje a su barrio, pero atendiendo al título del mismo, con esa «enigmática» numeración, ya se puede intuir que ese homenaje se va a hacer desde un perspectiva, digamos, especial. Los ojos no van a centrar su foco en las «veleidades» del barrio, no. Lo mejorcico de cada casa se asomará a este cuadro fantástico de visiones, familiar para cualquier terrícola. Las estampas de carácter apocalíptico (ese título, el principio) que nos hacen visualizar podrían conmover a cualquier persona del mundo por verlas reconocidas en lo más cercano. El Carmen es El Raval de Barcelona, Lavapiés de Madrid, St. Denis de Paris, Santa Ana de Chiclana, y el barrio La Era de Cieza…
Bajo el influjo de la «numeración apocalíptica» adosada al nombre del barrio, Crudo Pimento han plasmado su PERSONAL y perturbador homenaje en una obra maestra que pinta y musicalicaliza un toma y daca entre una realidad cotidiana delirante y un delirio fantástico, emocionante y liberador. ‘El Carmen 13:7» trasciende de la música a otras artes, y aquí si encuentro referencias claras.
La sucesión de escenas o estampas que se plasman en este disco nos conectan directamente con las visiones fabulosas que El Bosco pinta en muchas de sus obras, «El Juicio Final», «El Jardín de las delicias», «El carro de heno» o «Extracción de la piedra de la locura», en las que la sátira de las costumbres y creecias sociales de su época, y la necedad del ser humano, la simbología del principio y el fin humano, son una constante llevada al extremo. Además, suelen aparecer en cuadros corales, con representaciones de escenas múltiples relacionadas de alguna forma entre sí, pero que pueden ser observadas de manera independiente cada una de ellas. Es como ocurre con las composiciones de «El Carmen 13:7«.

«¿Qué ven, Jheronimus Bosch, tus ojos atónitos? ¿Por qué esa palidez en el rostro? ¿Acaso has visto aparecer ante ti los fantasmas de Lemuria o los espectros voladores de Érebo? Se diría que para ti se han abierto las puertas del avaro Plutón y las moradas del Tártaro, viendo como tu diestra mano ha podido pintar tan bien todos los secretos del Averno». Escrito sobre El Bosco. Extensible a lo que nos atiende.
E igual de cercanas a «El Carmen 13:7» me resultan buena parte de las series de grabados de «Caprichos y Disparates» de Goya. Criaturas fantasmales, estampas de apariciones oníricas, demonios internos de los personajes que protagonizan estás estampas.Todas esas imágenes, escenas y simbología traídas al contexto actual, se materializan en «El Carmen 13:7» a través de su música y lírica.
Siguiendo con una interpretación particular, las composiciones están dispuestas de una forma ordenada intencionadamente, para ir acercando e introduciendo al oyente a ese oscuro y palpitante universo carmelitano. Y en ese orden se destacan tres partes o bloques delimitados anteriormente, y un principio y un final de obra muy claros, que suponen una primera organización en la disposición de las canciones a lo largo del disco. La agrupación en esos tres bloques de canciones que aquí se propone atiende a la relación entre los conceptos y recursos musicales de cada una de ellas, y las escenas e imágenes que nos inspiran al interaccionar con los versos que componen sus letras, todos cargados de gran simbolismo en mayor o menor medida.

De esta forma, las canciones están integradas en el ‘primer bloque’ atendiendo a la «cercana» relación de las imágenes que nos muestra cada una de ellas. En estos primeros cortes del disco, el universo carmelitano se alimenta de visiones oscuras y decadentes en las que aparecen diversos personajes relacionados con algunos de los tormentos cotidianos que atoran los enfermizos cerebros humanos, los demonios que se apoderan de ellos. La avaricia extrema y psicopatía de los paladistas, adoradores del cemento (¿capitalismo destructor?), la demencia y la locura que golpea al personaje que aparece en ‘Tomorrow is a monster«, la perturbadora escena que se dibuja en «Ojo de gallina«, las lúgubres y apocalípticas premoniciones que atoran a los cuerpotristes humanos en «Yanisero«, o la estulticia y el embrutecimiento que ciega al energúmeno de «Oh Wando Wendo Wendo«, son las estampas que representan una sociedad enferma y podrida y que caracterizan este primer bloque de canciones de «El Carmen 13:7«. Los tormentos y obsesiones universales y atemporales que ya nos ligan directamente con las obras maestras de la pintura antes citadas. Esta primera parte tiene un ritmo realmente trepidante y frenético, in crescendo hasta «Oh Wando Wendo Wendo», y la instrumentación de cuerdas del desierto y las percusiones serranotropicales juegan un rol básico. En general, baterías y percusión son un elemento primordial en la retórica de todo el disco.

Pero como en todo, siempre hay excepciones. En este caso, «Ardió tu pelo» y «Cadáver divertido«, ponen el claroscuro anímico y el contrapunto musical dentro del primer bloque. «Ardió tu pelo«, aunque nos pone sobre la mesa una leyenda de apariciones de espíritus o fantasmas durante las ruinas de la noche y los albores del día, del tipo Santa Compaña, la sensación al escucharla es incluso festiva, cosa que consiguen con la parte musical y la entonación del que canta, rompiendo con el turbulento discurrir de los cortes que le preceden. Ese «encuentro fantástico» supone un alivio ante las brutales instantáneas de realidad que nos han ido mostrando desde el inicio. En el caso de «Cadáver divertido«, la ruptura se produce en el pausado ritmo de la canción, de marcha fúnebre, ya que la letra de la canción tienen un aire descorazonador muy acorde con el resto de las canciones de esta primera parte. Curiosamente, en ninguna de las dos aparecen las hipnotizantes cuerdas beréberes.
Las tres canciones que siguen, «Garra y padre«, «Verdiales Carmelitanos» y «Trono» (yiooooosss , Trono) las he agrupado en un segundo bloque, porque aunque parece que no tienen nada que ver entre ellas, ni siquiera musicalmente, al escucharlas son inseparables. Otra impresión propia es que parece que las letras en estas canciones toman un tono más personal, da la sensación de que tocasen de alguna forma al autor. Además parece que estás se sitúan más en un plano fantástico y de la imaginación.
En «Garra y padre«, la banda podría estar describiendo, con una lírica bastante simbólica, un cruda vivencia o situación real y asumida de forma natural. Para ello se apoyan en una parte musical muy orgánica, con un ritmo de batería y una instrumentación y arreglos que empujan a la introspección. El corte central de este «segundo bloque» es una absoluta disrrupción musical dentro de este bloque y de todo el conjunto de «El Carmen 13:7«. Unos arcaicos verdiales malagueños que nos hacen visualizar una onírica aparición que trae un mensaje liberador. De nuevo, desde la particular perspectiva en que se sitúa la mirada de Crudo Pimento, la fantasía y los sueños se antojan más reconfortantes que las escenas de una realidad demente y embrutecida.

Poniendo la guinda a este segundo bloque tenemos la gigantesca «Trono«. Contraste músical total con los Verdiales anteriores, sin embargo conectan en el subconsciente a través de una especie de realismo mágico que impregna a ambas, sueño y «romería«. Ciertamente, se puede afirmar que el realismo mágico negro es uno de los componentes básicos en el universo literario de «El Carmen 13:7«. (Inciso: con estas tres canciones ya me había creado otra «trama» independiente dentro de todo el conjunto. Cegando un poco, en mi línea…).

El último bloque o grupo de canciones supone otro cambio de rumbo en las melodías respecto a todas las anteriores. Las composiciones adquieren un engañoso ritmo más pausado, pero que no van a influir, para nada, en las tremendas imágenes y escenas que se reflejan en sus letras. La crónica de un homicidio, abrazada por una preciosa y oscura pieza musical («Carbón será la noche«), la locura que abrasa y asola a sus anfitriones, sin preferencias («Cantar de locos«), el personaje en procesión en busca de la «estación» suministradora del calmante de las ansias mañaneras de «El Carmen«, y la desolación y desesperanza que transmite «Hueso ardiendo«, nos devuelven a un entorno similar al que nos situaban con las canciones del «primer bloque» del álbum, donde las escenas de la más obscena realidad reinan en casi todo el relato.
Y sólo para finalizar «El Carmen 13:7″, y es un fin de bloque y de obra en toda regla, la banda nos deja un himno esperanzador, «Grande es la ciudad para un pequeño mono que grita«, que a su vez se convierte en la solución final. Una solución final que pasa por no dejar ni huella de «esta ciudad», y así quizá, tener una posibilidad. Aún dentro de estos funestos parámetros, la canción no deja espacio a negatividad alguna. Hay una luz al final, la de la civilización ardiendo, pero una luz al fin y al cabo. Y para ello construyen una escena en la que, de nuevo, el realismo mágico impera en toda su dimensión. Un corto texto-fábula, por la naturaleza real o ideal del protagonista, apoyado sobre una melodía en tono muy épico, son los ingredientes para ese fin. Y nos encontramos con el último ejemplo del disco en que la fantasía y el delirio, se nos presentan como el espacio donde se halla la esperanza y una posible vía de escape.
Lo dicho antes. «El Carmen 13:7» es como uno de esos trípticos citados en los que en el panel izquierdo se muestra el paraíso amenazado («Hira tensu tenrrua«), en el centro todas las oscuras obsesiones y terrores que abruman a los humanos, y en el panel derecho el infierno representado por edificaciones y construcciones en llamas (como la «propuesta» del cierre del disco).Talmente.
Para terminar, repetir que TODO ESTO ES UNA INTERPRETACIÓN LIBRE DEL QUE ESCRIBE, y probablemente, si los artistas interpelados leyeran esto pensarían que el pájaro este que escribe no se ha tomado la pastilla… Yo lo he gozado a lo bestia. Sólo dar gracias a Crudo Pimento por regalarnos este «El Carmen 13:7«, hermoso, inquietante, emocionante, fogoso y feroz. Yo ya me he hecho con unas piedritas, una botella de brandy y otra de gasolina. ¡HASTA LAS PUTAS CENIZAS!



